10.4.13

the end of the world as we know it.


La noche más negra, aceitosa y mojada de La Plata, mis viejos decidieron dejar entrar a Nadia y Matías, una parejita de novios más o menos de mi edad, que acababan de llegar de viaje y se habían visto impedidos de avanzar con el auto en medio del temporal. Nadia estaba al borde del desmayo por que tenía la presión por el piso, y Matías tocó el timbre con la esperanza de que alguien le diera una mano en el medio del río de la desidia y la combustión. Pasaron la noche en casa, al día siguiente se fueron con mi familia a pasar la mañana a lo de mi abuela hasta que los pudieron ir a buscar. Estuvieron más de medio día sin que sus familias supieran si estaban vivos, y viceversa, confiando siempre en ese puñado de extraños que hacían fuerza para prometerles que iba a estar todo bien. La historia de Nadia y Matías terminó bien. Pero no contentos con los abrazos y las palabras, anoche mandaron un regalo para el techo que los albergó esa noche junto al hollín, la soledad en compañía y la desesperación. La casa donde se hizo la luz con un par de velas y el calor llegó con las mantas y algunas palabras de aliento. El mismo regalo que llegó junto a la promesa de unos mates pronto en la misma casa donde el piso sigue llorando muerto de miedo pero conciente de que, ahora sí, nuestra historia también terminó bien.

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