2.11.12


Cuando hablábamos de ausencias, de vacíos ocupándonos los cuerpos, de miserias y misivas. Y no nos entraban en la cama los futuros perfectos.
La misma cama donde ahora, con las piernas desprolijas, estás mordiendo una canción sin nombre todavía. Una canción que no habla de cómo te ponés de puntitas cada vez que cantás, ni de las muecas que ya no hacés o de las pecas de tu espalda cada vez más desordenadas y menos huidizas.
Y de los miedos? Te acordás de los miedos? De las agujas del reloj pinchándonos las muñecas, las corridas para no perder un micro hacia la nada (frecuencia: a las y-cuarenta de cada hora), las palabras anudándonos los dedos obligándonos a hacernos los desentendidos.
Tal vez sí, las necesidades que sentimos no sean tales, pero qué más da si nos sirven para vivir mejor, para sentir nuestras soledades menos solas que nunca.
Ahora que puedo hablar de desparramar mi piel sobre la tuya, conmoverme con el ritmo acompasado de tu pecho y restarle olvido a tu memoria. De una lágrima suicida en el hueco de tu hombro izquierdo o de la locura que supone quererte.
Saberte sin que estés, encontrarte al final de mis pasos. Ser un poco más feliz.

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