Cuando hablábamos de ausencias, de vacíos ocupándonos los cuerpos, de miserias y misivas. Y no nos entraban en la cama los futuros perfectos.
La
misma cama donde ahora, con las piernas desprolijas, estás mordiendo
una canción sin nombre todavía. Una canción que no habla de cómo te
ponés de puntitas cada vez que cantás, ni de las muecas que ya no hacés o
de las pecas de tu espalda cada vez más desordenadas y menos huidizas.
Y
de los miedos? Te acordás de los miedos? De las agujas del reloj
pinchándonos las muñecas, las corridas para no perder un micro hacia la
nada (frecuencia: a las y-cuarenta de cada hora), las palabras
anudándonos los dedos obligándonos a hacernos los desentendidos.
Tal
vez sí, las necesidades que sentimos no sean tales, pero qué más da si
nos sirven para vivir mejor, para sentir nuestras soledades menos solas
que nunca.
Ahora que puedo hablar de desparramar mi piel sobre
la tuya, conmoverme con el ritmo acompasado de tu pecho y restarle
olvido a tu memoria. De una lágrima suicida en el hueco de tu hombro
izquierdo o de la locura que supone quererte.
Saberte sin que estés, encontrarte al final de mis pasos. Ser un poco más feliz.
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