dos de octubre. seis meses después.
sigo sintiendo el olor a humedad ni bien bajo de la autopista. sigo viendo las marcas negras de la desidia tajeando al medio paredes y retinas. sigo escuchando el eco de las voces de todos los muertos que no podemos llorar en paz porque se los llevó el agua y el silencio del gobierno de turno. la pintura de la casa de mis viejos se sigue cayendo, mano tras mano, como para cachetearnos con aquello que nos es deber recordar. sigo sintiendo la carne viva en la piel tirante por la lavandina. sigue resonando en mi cabeza la voz de mi mamá aquella noche de desamparo y oscuridad copiosa. sigo sintiéndome en falta por no haber estado ahí, les debo unas disculpas y un llanto, porque sigo llorando en san juan. y les debo unas gracias de brazos sin-fin a los amigos de mi hermana, a mi abuela y a mi novio. sigo viendo las miserias de una familia que tuvo asistencia perfecta en centros comunitarios y se olvidó de acomodar los destrozos puertas adentro. sigo pensando todos los días en nadia y en matías sin haberlos conocido. sigo contando los días, esperanzada, hasta que la municipalidad toque el timbre de la casa de mis viejos, en tolosa, ofreciendo un bidón de agua, preguntando si están todos bien. sigo preguntándome con cuánta tranquilidad dormirá el bombero en bote que no quiso acercar a mi mamá y mi hermana a la esquina donde ya no había agua, y sigo agradeciendo las manos desinteresadas y desesperadas que se agolparon para rasquetear y rescatar.
mis viejos tardaron casi cinco meses en volver a poner su casa de pie, con menos muebles, más cerámicos y casi todos los recuerdos en la planta alta. siguen, sin embargo, intentando mantenerse de pie cada vez que se larga a llover. no duermen. mandan mensajes o llaman por teléfono. necesitan escuchar las voces de sus queridos al otro lado de la línea para saber que están todos bien.
siguen teniendo miedo cada lluvia fuerte que dura más de diez minutos. yo también.
y no es paranoia, ni ganas de no salir adelante.
es la certeza de que estamos SOLOS. de que nadie de los que tuvieron y tienen la obligación de protegernos lo hizo ni lo está haciendo. de que dependemos nada más que de nosotros, de nuestra conciencia del mundo en el que vivimos. de nuestra rapidez en apilar muebles y de la solidaridad para ayudarnos el día después. y sobre todo, de nuestra capacidad de no olvidarnos.
sigo releyendo esta parrafada y siento que no dije nada. que me sigue doliendo. que me sigue dando impotencia. que sigo sin poder hablar de la marea negra que todavía tenemos pegada.
dos de octubre. seis meses después ya no me gusta la lluvia.
ni me voy a olvidar.